Hace dos años más o menos me tropecé con un lugar donde todo ocurría al revés. La primera vez que entré casi me choco con una lámpara que estaba en lo que para mí era el suelo. ¡Estaba andando por el techo! Las personas que allí estaban lo veían normal, «como siempre ha sido así…», decían. Continué andando hacia unas escaleras. Al llegar empecé a subir pero en realidad estaba bajando. Iba despacito porque pensaba que en cualquier momento me iba al suelo o que aquel lugar tendría un sensor que me expulsaría rapidamente por no entender nada. Intenté dejar mi mente en blanco, abierta a todo lo que pudiera pasar. En eso estaba cuando de pronto abrí una puerta de un despacho. ¡Llovía dentro! Abrías la puerta y oías los truenos, las gotas contra el suelo, la mesa, los papeles mojados… Cerrabas y llegaba el silencio y el calor del sol entrando por las ventanas.
Para pasar a la siguiente sala tuve que emplear unas maravillosas tijeritas que llevaba en el bolso, cosa que aprendí de mi madre. Si algún día se te estropea el coche o el ordenador o una batidora, mi madre te lo arregla con sólo un estuchito que lleva en el bolso. Eso sí, repleto de herramientas mágicas que sólo ella sabe usar.
Logré atravesar el despacho cortando lianas, plantas exóticas, carnívoras, y hasta de plástico. Finalmente llegué a un espacio abierto que, como en un anuncio de coches, iba cambiando a mi paso. De pronto una cascada a la derecha, giro la cabeza y veo una gasolinera: lleno, por favor. Una marabunta de personas como si estuviera en una estación de metro en hora punta pasaron a mi alrededor. Por suerte, no me despeinaron y pude continuar lo que ya se había convertido en toda una expedición.
Pero no hay mundo sin habitantes. Y allí estaban. Pequeños seres, nada bondadosos, por si estaís buscando la similitud con Los Diminutos. Seres en dos dimensiones. Planos. Como los monigotes de Inocente, Inocente. Según por donde los mirases tenían una sonrisa o una cara seria. Desconcertante a mi modo de ver el mundo. Pero claro, estaba fuera de lo normal. Estaba en un claro caso de Iker Gimenez. Creo que entre la gente que pasó delante de mí pude atisbar a Carmen y a sus dientes grabando psicofonías, pero no estoy segura.
Traté por todos los medios de entablar conversaciones con esos seres. Comencé como había visto en las películas: «Yo, amiga». En sus ojos redondos podía leer: «Mi no entender». Tozuda de mí, decidí que no me iba de allí sin comprender ni que me comprendieran. No sé cuanto tiempo pasó, ya que el sol y la luna se ponían y salían a veces a la vez. Otras veces, en una sala era de noche y en otras de día. Una o dos vivían en la noche permanente como en Finlandia. Incluso llegué a oír que en alguna que otra estaba la aurora boreal.
Así que limpié mis tijeritas (las plantas ensucian mucho), las guardé en su funda y pisé con todas mis fuerzas una baldosa que tenía un piedra dibujada dentro. Empleé el pensamiento inverso y creí que si pisaba fuerte justo ahí tendría un efecto muelle que me devolvería a la realidad. La verdad es que dudé por unos instantes. Pero me sujeté fuerte a mi bolso y salté. Mientras estaba en el aire sólo pensaba en no tener que volver a usas las tijeritas.
Anónimo says
Me ha encantado tu relato. De hecho lo he leído y releído varias veces porque dices más cosas, inicias caminos y sentimientos que no describes y no has escrito. Pero están ahí. es cierto que es una opinión muy subjetiva, pero me ha encantado. Es el tipo de relato que vale para los dos grupos de personas que existen: los que cuando señalas, miran la punta de tu dedo y las que miran la dirección que apuntas. A ambos les gustará, aunque sólo unos, lo disfrutarán, lo sentirán y tal vez, hasta haya partes de tu relato que hagan suyas. Me ha sorprendido,he redescubierto lo que estaba seguro que llevabas dentro y me asombra la trascripción, siempre difícil -si no imposible-,de los sentimientos y sensaciones en letras, palabras y frases… Modestamente y a duras penas representándome a mí mismo, saludo a LA ESCRITORA que acaba de irrumpir.
r.cerveron says
Te mando mil aplausos y ¡olé!, no te puedo decir más. Este relato tuyo me encantó, me impactó, cuando lo leí por primera vez, y sigo leyéndolo y leyéndolo cada día y me sigue encantando…
Anónimo says
Te mando mil aplausos y ¡olé!, no te puedo decir más. Este relato tuyo me encantó, me impactó, cuando lo leí por primera vez, y sigo leyéndolo y leyéndolo cada día y me sigue encantando…