Las comidas navideñas son muy traicioneras, igual que la mar, que decía mi abuelita Pepita.
Sabes cuando empiezas pero nunca cuando acabas, ni con que talla. Os recomiendo vestiditos anchos pero con medias, que hacen un poco de refuerzo. Que si nos acostumbramos a ir muy sueltas a ver quien entra en el uniforme laboral en enero. Que luego pasa como en verano. Todo el día con el pareo puesto y de pronto ¡Arggg! no se entra en los vaqueros ni tumbada, ni con calzador, ni con la ayuda de tu amiga: «Ahora, ¡aguanta la respiración! Pero aguantaaaaaaa». Y tú morada perdida y arrepintiéndote de las tapitas en el chirinuguito de turno.
Como se puede observar he estado reflexionando sobre este asunto después de que ayer me levantará del sofá con un dolor de barriga y de moral tremendo.
A mi me gusta el turrón duro, el de las almendras y la oblea. Pero ya me he dado cuenta de que son como los pimientos del padrón. Es una lotería. Allí estaba yo, en el sofá, después de montar toda la decoración navideña, dispuesta a ser más «nadalenca» que El Corte Inglés. «Me tomo un poquito de turrón y a seguir». pensé yo. «Mmmm», le doy el primer bocado. Cuando estaba dispuesta a seguir con otras cosas, el último bocado: «¡Puaj!» Almendra mala. Total, que no me iba a quedar con ese mal sabor de boca. Otro trozo. Este parecía que estaba bueno pero me había reservado una sorpresa: Puaj! otra vez! Y así así estuve hasta que me comí más de medio turrón. Como os decía, las comidas de navidad son traicioneras. Y ahora me voy a comprar otro turrón a ver si tengo más suerte.