¿Cómo empieza un trauma? ¿Cómo empiezan los gestos a convertise en un tic nervioso? ¿Dónde empieza el camino de una vida marcada por un complejo o un estigma? Todo tiene que tener un principio. Igual que una continuidad. Y como las amistades hay que cuidarlas y mantenerlas igual que los álbunes de fotos a los que hay que desempolvar las hojas de tanto en tanto, hace días nos reunimos los amigos de la adolescencia y antes incluso. Sí, los amigos del barrio. Algunos íbamos a los mismos colegios y otros nos conocíamos de la calle. Hijos de amigos de nuestros padres de toda la vida y que ahora nosotros seguíamos la tradición.
A algunos hacía mucho que no veía, pero mucho son tal vez diez años. A otros siempre ha habido alguna ocasión en la que hemos podido saber más los unos de los otros. Y a través del maravilloso Facebook ahí estábamos Lorena, Lucía, Vicente, Jorge, Eva y yo. Y para alegría de todos, ¡estábamos igual! Por los que sí que había pasado el tiempo era por los hermanos pequeños y maroyes: «¿Qué se ha casado? ¿Qué ya tiene 16 años? ¡Con lo mono que era de pequeñito…!» Y así pasaron las horas sin parar de hablar y con ganas de volver a encontrarnos de nuevo. No sé porque el peso de la próxima quedada recalló en mí y en mi labor de buscar una cesta auténtica de picnic, de esas del oso Yogui. (Jorge te prometo que la encontraré pronto).
El caso es que nos contamos mil historias pero en algunas pude vislumbrar el principio de algún trauma para alguien, un punto de inflexión. No en nosotros, si no en alguna persona que se había cruzado en nuestro camino.
Todos ya tenemos nuestra profesión con nuestras peculiaridades y si antes hablábamos de lo que habíamos hecho un sábado por la tarde, ese día cada uno contaba sus cosas. Una de ellas es profesora ya experimentada. Las típicas reuniones de padres seguramente fueron un punto de inflexión de esos de los que hablábamos para uno de los padres de uno de sus alumnos. Mi amiga preguntó: ¿Es usted su abuelo, verdad?» «No, soy su padre» Ups! Ahora ya le han recomendado que siempre pregunte: «¿Y usted es…?» Así que si a algún padre de los que leéis este blog os preguntan esto en la próxima reunión, sospechad.
Este padre ya era mayor para que comenzara un trauma pero para el joven que otra amiga, abogada, confunió por teléfono con la abuela del chico, tal vez no.
Sin duda cuando mejor se forjan los traumas son de pequeños en el cole. A ver niños, si tenéis que ir a una excursión en bici con el cole y no sabéis montar en ella, por lo que sea, que no pasa nada, pero ¡no vayáis a la excursión! Por Dios quedaros en casa viendo el Disney Channel porque si no obligais a mi amiga a dejarse los pulmones pedaleando para coger al pelotón del resto de la clase porque Tomás por más que le grite: «¡Tomás pedalea! pero ¡pedaleeeeaaaaaaaaa!» el niño no va cara al aire. Toda la clase preguntándose: «¿Qué le pasa a Tomás?» Y el malo de la clase: «¡Qué no sabe ir en bici! ¡Ja, Ja!» Y ahí lo tenéis, el comienzo de una gran amistad.
Mercedes says
Todos conocemos esa frase de "¡Qué pequeño es el mundo!", pero han tenido que inventar el Facebook para que se convierta en una verdad como un templo; la de gente que se está reuniendo por medio de este programa. Va a llegar un momento en el que ya nos habremos visto todos con todos.
Me gusta venir a leer, cuentas las cosas con mucha gracia.
Un abrazo.
Anónimo says
Soy Tomás. Y si iba despacio era por prudencia y no por mi peso, ni porque no supiera.
Si no se sabe montar en bici; ni despacio, ni deprisa. Sencillamente no se puede ir.
Además la bici era de mi hermano mayor y me venia grande.