Cuando salía a recorrer la ciudad sin rumbo con mi mejor amigo, nos imaginábamos que todo: las casas, los coches, las tiendas… eran decorados y que las personas eran figurantes que iban apareciendo a nuestro paso. Y parecía totalmente cierto, sobre todo cuando nos encontramos la Pastelería Conchín después de más de diez horas de paseo. «¡Esto lo han puesto para dar el toque de humor, sin duda!» (Sólo dirigido al público valencianoparlante por la referencia a: Che Conchín, quin conjunt!).
Y me volvió a pasar algo similar el otro día. Era como si estuviera viviendo un episodio de una serie o en un late show o algo por el estilo. Os cuento.
Era un día soleado. Llegamos a una ciudad no desconocida para nosotros, aparcamos el coche en una calle concurrida con restaurantes, terrazas y tiendas. Al llegar cierto es que aparcamos con dificultad de manera milimétrica pero sin ningún percance, justo delante de una terraza. Al ser una ciudad costera, el asunto de noticias fuera de temporada es más bien escaso. Y ya viendo el percal y las caras de los de la terraza me imaginé que nuestra llegada sería el acontecimiento vespertino. Y así fue.
Nada más bajar del coche noté todas las miradas en mí, cual flashes de fotógrafos en un estreno. Primero de todo, y por mi prudencia ya conocida, revisé mi vestuario por si se me había caído algo o llevaba algo que no tocaba. No era así. Mi vestuario era de lo más correcto, casual wear con gafas de sol de las grandes. El público seguía observando con descaro con la seguirdad que da una terraza. No me quedó otra que quitarme las gafas para que vieran que les veía y que sabía que me estaban mirando. Sonó una música desafiante de fondo mientras miraba a una extranjera roja por el sol de octubre (ya ves). «Look my eyes», pensé. Y ante el apogeo del público y sus contínuas miradas saludé como un torero en la plaza con giro incluido para dedicarlo a todo el ruedo. De nuevo la música sóno, esta vez se oyó una ovación: Ooooleé!
El personal creería que habría visto a una famosa de aquí o algo así. Y yo me quedé con una sensación de satisfacción y de educada ante todo.
Anónimo says
¿Y cuando volviste a recoger el coche seguían ahí con papel y lápiz para el autógrafo? ¿O será que su coche era el que podía ser golpeado por tu aparque?
Clara Montesinos says
No, no. Mi coche no da golpes, marca su espacio…Dejé un tiempo prudencial suficiente como para no volver a verlos…;)