Una se cree organizada pero el destino, a veces, te indica que «nada más lejos de la realidad, bonita».
Como a mucha gente, supongo, no me gusta hacer mil viajes a la calle y suelo aprovechar uno que hago, tal vez abusando un poco. Lo mismo me ocurre cuando subo a la habitación. Al vivir en un dúplex, la escalera no la veo como un cómodo acceso sino como una montaña en la que desearía engancharme con un arnés o a un sherpa para que me subiera sin nigún esfuerzo. Y claro, voy acumulando a los pies de la escalera todas las cosas que tengo que subir: toallas, el portatil, el pijama, el albornoz, la laca de uñas… Y cuando me voy a la cama, además de los móviles, la botellita de agua y el libro en cuestión, tengo que coger todo lo demás. Que, para dar más emoción (cuando subo oígo la música de circo cual trapecista de la cuerda floja), cada cosa es de un tamaño y una dimensión, con lo que hace muy interesante el estiramiento de dedos para enganchar todo lo que pueda como pueda.
Pues lo mismo hago cuando bajo a la calle. Si puedo aprovechar para bajar al perro y de paso ir al banco, pues mejor. Y ya dejo la basura preparada. Me cambio: vestidito, tacones, y a la calle con el bolso en una mano y la basura en la otra. Sé que algún día se me caerá y tendré que cambiarme entera, lo sé y lo asumo. Pero me gusta vivir peligrosamente. Claro, hasta que me pasa.
Salgo del portal, cruzo la calle corriendo y me acerco al contenedor. Siempre muy pendiente de distinguir qué es el bolso y qué la bolsa de basura porque ese es otro de los problemas que podemos tener proximamente. Total, que aprieto el pedal ese moderno que han puesto, la barra de acero, con un pie. Se ve que está hecho para pisarlo con las zapatillas de estar por casa, como manda la tradición, no para tacones de doce centímetros de Escada. Así que cuando tenía el brazo dentro y la bolsa con él, el tacón resbaló, solté el pedal y el contenedor se cerró con mi brazo dentro. Menos mal que pude sacarlo rápido no sin antes tener un mal pensamiento tipo la «Bocca della verita» de Roma.
¡Qué agobio! A lo mejor debo hacer más viajes. No, creo que me seguiré arriesgando.
Como a mucha gente, supongo, no me gusta hacer mil viajes a la calle y suelo aprovechar uno que hago, tal vez abusando un poco. Lo mismo me ocurre cuando subo a la habitación. Al vivir en un dúplex, la escalera no la veo como un cómodo acceso sino como una montaña en la que desearía engancharme con un arnés o a un sherpa para que me subiera sin nigún esfuerzo. Y claro, voy acumulando a los pies de la escalera todas las cosas que tengo que subir: toallas, el portatil, el pijama, el albornoz, la laca de uñas… Y cuando me voy a la cama, además de los móviles, la botellita de agua y el libro en cuestión, tengo que coger todo lo demás. Que, para dar más emoción (cuando subo oígo la música de circo cual trapecista de la cuerda floja), cada cosa es de un tamaño y una dimensión, con lo que hace muy interesante el estiramiento de dedos para enganchar todo lo que pueda como pueda.
Pues lo mismo hago cuando bajo a la calle. Si puedo aprovechar para bajar al perro y de paso ir al banco, pues mejor. Y ya dejo la basura preparada. Me cambio: vestidito, tacones, y a la calle con el bolso en una mano y la basura en la otra. Sé que algún día se me caerá y tendré que cambiarme entera, lo sé y lo asumo. Pero me gusta vivir peligrosamente. Claro, hasta que me pasa.
Salgo del portal, cruzo la calle corriendo y me acerco al contenedor. Siempre muy pendiente de distinguir qué es el bolso y qué la bolsa de basura porque ese es otro de los problemas que podemos tener proximamente. Total, que aprieto el pedal ese moderno que han puesto, la barra de acero, con un pie. Se ve que está hecho para pisarlo con las zapatillas de estar por casa, como manda la tradición, no para tacones de doce centímetros de Escada. Así que cuando tenía el brazo dentro y la bolsa con él, el tacón resbaló, solté el pedal y el contenedor se cerró con mi brazo dentro. Menos mal que pude sacarlo rápido no sin antes tener un mal pensamiento tipo la «Bocca della verita» de Roma.
¡Qué agobio! A lo mejor debo hacer más viajes. No, creo que me seguiré arriesgando.
Natàlia Senmartí Tarragó says
Aiggg, la pifié.
A tu blog voy…Bocca della veritá, ¿dónde vas con tacones a tirar la basura? Quien mucho abarca…Metódica perezosa, como yo, aprovechando cada salida y cada ir o venir por el piso, lo mismito, y me recuerdas que debo pintarme las uñas de los pies, por las sandalias, jejeje. Vital enumeración de percances y de pegas, de momentos que se sienten y se notan. Bistoo cariñoso y cuidado con el contenedor, cielito.
Mercedes says
Mujer, yo que tú me pensaría muy mucho seguir haciendo de "mujer orquesta", sobre todo con tacones. Me ha entrado un frío cuando he leído que casi se te queda el brazo dentro… ¡Uf! Ahora, eso sí, tú irías a urgencias con tus imposibles tacones, tu bolso y tu perro, como está mandado.
Siempre genial.
Un abrazo.