Cuando sales con los amigos, normalmente, o al menos yo, me siento muy afortunada, como una princesa casi. Porque te arreglas, te reúnes con ellos, te ríes y todos en un mismo coche a ver algún espectáculo. Y como unas princesas y príncipes íbamos todos a disfrutar de una noche más pero con una salida nueva. Íbamos a ver un espectáculo flamenco. Muy ilusionados todos con cena temática previa: cazón, tortilla de camarones, «pescaíto» frito y mucho arte.
Al final, del gran grupo que íbamos a ser, éramos cuatro exactamente, pero no necesitábamos a nadie más. Llegamos al sitio en cuestión y, como era la primera vez que íbamos y queríamos pasar desapercibidos, decidimos colocarnos en uno de los rincones de la sala. Aunque apartados veíamos de primera mano al grupo que iba a cantar, con lo que nos pedimos algo y allí que nos quedamos. Fuera chaquetas, fuera bolsos y ale, a disfrutar.
Ya se sabe que los andaluces suelen ser muy educados y zalameros, así que cuando el grupo puso el atril con las partituras justo en frente de nuestra mesa pensamos: «¡Qué majos, nos van a cantar a nosotros», «irán cantando primero mesa por mesa y luego ya actuarán en el centro». Yo no entendía nada y no sabía exactamente qué cara poner. Una de mis amigas se desmarcó y logró apartarse un poco. La otra amiga moviendo los codos con mucho arte desapareció entre el público. Total, que sólo aguantamos el tipo Félix y yo. Para quien no lo sepa, Félix es un tipo extremádamente simpático, que mide casi dos metros, y muy delgado. Aunque cada vez se está poniendo más fuerte con sus entrenamientos en el gimnasio y sus sesiones de playa. Como os imaginaréis, se nos veía desde bien lejos. Los dos plantados de pie éramos como el Dúo Sacapuntas, en frente del grupo flamenco. Nos mirábamos pero no había forma de huir. Todo el local, unas setenta personas, estaban mirando hacia aquí como si fueran los «Niños del maíz» o algo por el estilo. La situación ya era extraña y aunque nos podíamos sentir alagados como príncipes que éramos esa noche, pues no. Era una situación bastante incómoda a la que puso la guinda un enorme foco dirigido hacia nosotros. Bueno, eso pensábamos. Hasta que giramos levemente la cabeza hacia nuestra izquierda y vimos que estábamos justo delante de la imagen de la Virgen del Rocío y que lo que iban a hacer era cartarle la Salve Rociera. Como si tuvieramos un resorte, logramos sentarnos rapidamente aunque el foco nos seguía calentando y las miradas de la gente incendiándonos por nuestra risa incontenible tipo clase de EGB. Que conste que hemos ido al Rocío y somos muy respetuosos con estos temas pero la situación no pudo ser más embarazosa. Desde luego fue una entrada triunfal en toda regla. Por eso sólo me queda decir ¡Viva la Vírgen del Rocío! ¡Viva! (Que aquella noche sólo podía llorar de risa).
Félix Ortuño says
Me siento como un ¨Príncipe…¨ al disfrutar de tu amistad…. y de tus ingenios.
Eres mi blogger de cabecera.!
Félix Sánchez says
Que grande Clarita!!!
Ya te has ganado un seguidor más, por cierto se te ha olvidado detallar lo que empezamos a sudar entre el foco, la risa, la vergúenza y la cara de tostos que se nos quedo…jeje!!
Saludos…!
Mercedes says
Ya sabes que siempre vengo a disfrutar un ratito de tus vivencias, bueno, mejor dicho, de tu manera de contar tus vivencias. Nunca me decepcionas.
¡Viva la Virgen del Rocío!, por qué no.
Un abrazo.