El otro día estaba yo tan comodamente en casa de mis padres haciéndo una tarta para una meriendita que teníamos por la tarde mi madre y yo. Pero como parece que nunca se puede hacer nada de una manera tranquila, me llamaron interrumpiendo nuestro momento culinario. Tenía que ir urgentemente a recoger una cosa a un despacho del centro. «Vaya. Y yo con el delantal y las zapatillas», pensé. Así que mi madre me ofreció sus botas bien bonitas. Sólo me tenía que quitar el delantal, ponerme sus botas y salir pitando porque si no no llegaba. Ya con la tarta en el horno me adecenté y salí a la calle. Cuando me calcé las botas ya noté que no andaban igual que las mías. Es como cuando escribes con una pluma que no es tuya. Pero tenía mucha prisa, no podía pararme en mis observaciones de siempre. Cogí un taxi y allí que me fuí. Al acabar decidí volver andando porque no me gusta marearme en los taxis, con mi cabeza que parece un Elvis de los frenazos que pegan… Las botas me resultaban tan cómodas, mi madre y yo gastamos el mismo número, que ni me acordaba de ellas. Pero ellas sí que se acordaban de mí… Comencé a andar exhorta en los escaparates y el fresquito en la cara. Cuando me quise dar cuenta estaba en la puerta de la casa de una amiga de mi madre. Como ya estaba allí, llamé. No quería hacerle un feo. Después de estar un ratito con ella me notaba inquieta. Me despedí y seguí andando hacía mi casa, pero como si me hubierna pegado con pegamento al asfalto, frené en seco delante de una tienda de lanas. Era una tienda nueva que no conocía pero a la que mi madre suele ir. Fue entonces cuando lo entendí todo. ¡Las botas estaban haciendo la ruta que hace mi madre! Como perros amaestrados, no les venía nada bien que yo les cambiase su recorrido habitual. Así que decidí seguir dando un paseo con ellas y llamar a mi madre a ver si necesitaba que comprase algo, ya que estaba haciendo el mismo recorrido que ella haría más tarde. Y sí, le vino fenomenal, porque no me tuvo que explicar cómo llegar a ningún sitio. De las lanas a la herboristería, de ahí a la la tienda de decoración de Tita y luego al horno a por unas cosas que tenía encargadas ya con antelación. Total, que ha pensado que la próxima vez me dará las botas y la billetera y ale, ¡a comprar! Mejor que por internet…
Eurice says
Que buen relato, las botas tienen vida, eso he pensado siempre…calzarse las botas de otro te puede llevar por distinta ruta a la habitual.
Me ha gustado muchismo.
Saludos!
Mercedes says
Tal vez sera verdad que los objetos que nos acompañan durante tiempo llevan consigo algo de nuestra memoria, como las botas de tu madre.
Lo disfruté.
Besos.
MarianGardi says
Esas botas son un potosì!!
Ha conservarlas.
Bello relato que parecía que iba yo en la botassss
Un beso
Anónimo says
leí hace muchos años ya, y no recuerdo de quién, "que las ciudades son libros que se leen con los pies". Los zapatos son algo muy, muy especial y ya conoceis el viejo refrán que dice:"Te quiero más que a unos zapatos viejos".
Los zapatos, como los libros que uno va apilando en sus espacios y en su mente, llegan a fundirse con uno mismo. yo, por ejemplo, nunca he tirado unos zapatos, le encargo a alguien que los haga y con una condición radical; no tires los dos juntos. cada uno en un contenedor distinto y, a ser posible, muy distantes el uno del otro. Tal vez para evitar que si alguien los recicla, le ocurra como a tí con las botas de tu madre…
Anónimo says
Pues mira, me ha gustado mucho tu entrada, porque a m'i me ocurri'o algo muy parecido, pero con un gorro. Un dia, en Inglaterra, estaba oscuro, como suele suceder a menudo en invierno, y me puse el gorro de un amigo por equivocaci'on…..al principio, como a t'i, supongo, tard'e un rato en saber qu'e estaba pasando en realidad……pero poco a poco me fui dando cuenta que sent'ia diferente a lo que normalmente siento yo……me cruzaba con una persona por el pasillo, y pensaba "Qu'e horror, qu'e mal vestida va" cuando era una persona que normalmente admiraba, me sentaba en un sof'a y cogia una revista que normalmente no me gustaba, por ejemplo yo siempre empiezo las revistas por atr'as, y esta vez la empezaba por el principio, me gustaban olores que normalmente detestaba….
Bueno, me sent'ia muy rao, como si no fuera yo….y no hab'ia ingerido nada de alcohol o cosas parecidas…..y cuando alguien me dijo: "Oye, si llevas un gorro como el de Cristophe"….me di cuenta que lo que pasaba era que pensaba y sent'ia como Cristophe!!!
Bueno, la inteligencia es adaptarse a circunstancias cambiantes, y hacer de una dificultad una oportunidad…..o sea, que segu'i experimentando, me pon'ia gorros de otras personas, de mujeres, de j'ovenes, incluso regal'e gorritos a gente que no usaba para luego cog'erselo y ver c'omo se sent'ian y pensaban….
Y poco a pocofu'i conociendo c'omo se sent'ian y ve'ian el mundo otras personas, incluso le puse el gorro a un perro durante 1 semana…..Una cosa muy interesante fu'e cuando le quit'e el gorro a uno que era un poco arisco conmigo y me mir'e en el espejo…..y sent'i aquella hostilidad hacia m'i mismo y c'omo criticaba mi forma de vestir….
S'i, es delicado suplantar personalidades….pero aquello fu'e solo el principio, ahora estoy investigando sobre un gorrito que lleva dos pequenos altavoces acoplados y que dice en alto lo que pensamos…..ya explicar'e en otra entrada lo que pas'o con esto…..
un abrazo clarita