Cuando sales de casa te sorprende todo, todo te llama la atención, todo es más grande, más bonito o mucho más feo. Parece el mundo de Mario Bross en el que todo es gigante y Mario, pequeñito, va investigando todo, hasta las tuberias son de un diámetro descomunal. Pantalla, todo hay que decirlo, que me encanta porque se mata mucho mejor saltando sobre champiñones gigantes… Bueno, después de este paréntesis de programa de videojuegos de las dos de la mañana sigo con lo mío.
Hace años ya, decidí irme a Londres por aquello de mejorar el inglés ya que dicen que allí se habla muy bien… Allá que me fui, sola, a investigar esas tierras. Después de múltiples periplos por la capital británica conseguí no estar sola. Un grupo de españoles que estábamos desolados por la ciudad nos fuimos uniendo como si todos tuviéramos un imán. Estaba uno sentado y notaba que algo le tiraba, como si una mano invisible estirara del cinturón. Era un español a menos de diez metros. Así que formamos un grupo perfecto para aprender inglés, todos de España. Pero fuimos la tabla de salvación los unos de los otros. En manada con cara de «¿a dónde vamos?» y sobretodo «¿Será mejor que donde hemos estado?» nos dirigimos al nuevo hostel que nos designaron. Nos acodomamos en una habitación triple, a pesar de que las tres queríamos individuales, y los chicos nos ayudaron con nuestras pesadas maletas. Todo eso con menos de dos horas de amistad.
Felizmente pasamos allí los meses siendo la habitación videclub (tres chicas, tres portátiles y un dvd), casino (cartas, parchis, oca, trivial y Nutella como premio), confesionario (era la habitación más grande y mejor situada con tres chicas diferentes, si una no te comprendía lo hacía la otra), cocina (nos agenciamos un microndas nada más llegar)… Pero tenía lo que tenían todas: cucarachas. Era uno de los mejores hostels: Nottin Hill, Central Line, Portobello al lado, pero las cucarachas son las anfitrionas británicas por excelencia. También nos hicimos a ellas: «Cucaracha a tu derecha». ¡Pam! Zapatillazo y a seguir estudiando. Pero debe ser que como al estar fuera de tu casa todo te parece más grande, un día Alejandra decidió poner una silla en la puerta de su armario para que no entrara ni una más: «One more no!» les gritaba a las cucas. No recuerdo si le obedecieron pero dejamos el pabellón español muy alto, eso sí.
Alejandra Bartivas says
Nos fumigaron… las matamos… pero seguían saliendo! Yo creo que lo que acabó con ellas fue el olor a lejía! Una experiencia única con una persona única como tú! Me alegro mucho de pasar todo lo que pasé porque gracias a eso te encontré! Te quiero! Muack