Alguien estará ahora mismo en la otra parte del mundo, supongo, revolviéndose por un nervio interior y con un pitido de oído que creerá que se le ha acoplado el sonotone, sin tenerlo. Una persona o varias estarán pensando que el fin del mundo se acerca, que esa desazón que sienten en el estómago y esa vista borrosa no pueden ser normales. Se pondrán en lo peor, empezarán a recoger sus papeles, sus diseños y saldrán sin un rumbo fijo. Pero antes de que eso ocurra, yo desde aquí les digo a estas personas, concretamente al equipo de diseño de los maletines de ordenador portátiles: «Tranquilos. Lo que importa es que sean resistentes y la gente los use. Da igual para qué».
Como ya no se lleva eso de regalar el juego típico de maletas cuando te casas, a la hora de hacer las maletas tienes que tomar decisiones drásticas y rápidas. Y que luego, según vas andando hacía el metro, o corriendo a coger el tren, no te acuerdes de tu madre, no te maldigas a ti misma por decidir un equipaje tan poco resistente y tan chungo como el que finalmente has elegido. Porque lo de :»Si voy del taxi al tren». «Total son cinco minutos». «¡No! No hace falta que tenga asas, la llevo como Paco Martinez Soria llevaba una ogaza de pan…» pueden ser frases que marquen el principio del fin.
Y como no es la primera vez que me pasa, ayer tuve que sentarme en el vestidor, coger aire, abrir la ventana incluso porque estaba empezando a hiperventilar y decidir. Estaba sentada rodeada de zapatos de tácón, zapatillas, bailarinas y bolsos… La maleta, la de la ropa, la había conseguido hacer en menos de veinte minutos, muy ordenada y preparada para cualquier insepcción de cualquier tipo. Que ya me ha pasado tener que abrir la maleta corriendo para guardar no sé qué y que la ropa interior se me esparrame por el suelo. Así que hasta eso lo he previsto. Pero esa maleta ya estaba a tope. Me faltaba el neceser, la bolsita de los abalorios: pendientes, broches, anillos, etc., otro neceser con secador, plancha y productos varios y los zapatos que allí me miraban con cara de «él no lo haría». Todo fue entrando en pequeños neceseres duros con asas que voy a poder meter en diferentes huecos del coche. Pero allí seguían los zapatos. Hace poco mi padre me regaló un súpermaletín de ordenador portátil con esas maravillosas cremalleras que hacen que puedas embutir más cosas. Las he tenido que usar, por supuesto. Y allá que han ido los zapatos. ¡Es perfecto! Me han cabido cinco pares bien colocados y sin riesgo de deformidad. Que anda que no duele cuando abres la maleta y sacas lo que 500 kilometros antes era un zapato y ahora parece un gusano de mar…
Así que lo siento por los que diseñaron con mucho amor este maletín, pero ¡mejor uso no le puedo dar! Y llevan lo más importante dentro: ¡zapatos!
Feliz viaje.
Mercedes says
Pues me has dado una idea, yo tengo al menos cinco maletines de ordenadores. Lo de dónde meter los zapatos es la primera tortura de un viaje.
Un abrazo.
Anónimo says
hola enhorabuena por tu blog esta mogollon de currado te invito a que visites mi blog gracia me hago amigo tuyo
Anónimo says
Hogaza de pan, es con H… 😉