Era temprano, muy temprano. Pasó a recogerme por la puerta de mi casa un Cadillac CTS negro. Mi padre y yo teníamos muchas cosas que hacer y muy importantes. Tareas que sólo se pueden hacer si empiezas el día desde el principio: almorzar, comprar, investigar. Teníamos una misión especial: comprobar qué tal habían arreglado el coche tras una breve revisión en el taller. Teníamos que hacer carretera y manta.
Los Cadillacs tienen ese punto romántico, americano, robusto pero bonito, elegante… Todo ello enmarcado por la imagen de coche de malo malísimo tras miles de películas donde los mafiosos llevan estos coches. Y, claro, si tú vas conduciendo un Cadillac por la ciudad, todas estas imágenes te vienen a la cabeza.
Empezábamos nuestro camino cuando comentábamos la curiosa característica de este Cadillac: un botón o algo similar para poder salir del maletero si te quedas encerrado dentro. ¿Algo más mafioso, por favor? Según vas analizando esto, por lo menos a mí, me crece el sombrero, noto un bulto en la cintura con forma de pistola y empiezo a hablar en italiano… cosas del branding.
El día había empezado, nos quedaban mil cosas por hacer pero todo con la calma y serenidad que te dan los amortiguadores del Cadillac. «Qué bien se va…» De pronto, como si se tratara del reloj que te despierta todas las mañanas: tiroriro, tiroriro, tirorirorí… «Te suena tu teléfono», me dice mi padre. «El mío no es, mi politono es más chulo», apostillo. ¿Y entonces? El timbre no paraba: tiroriro, tiroriro… En un rápido giro de cuello, nos miramos los dos y a la vez dijimos: el maletero. ¡No podía ser! Todo lo que habíamos comentado se había hecho realidad. ¿Nos habíamos convertido en mafiosos y llevábamos a un rehén en el maletero? Si así era, esperábamos que no encontrara el botón de salida, se escapara y nos delatara a la polícia. ¿Estaríamos entre los más buscados de la ciudad? Tiroriro, tiroriro… ¡Y dale! El teléfono seguía y seguía. A lo mejor era su familia intentando localizarle o su panda de matones buscándonos por GPS…
Cuando ya no sabíamos si continuar acelerando y huír hacía Kentucky o frenar y asumir la realidad, nos volvimos a mirar y frenamos. «Hay que apechugar con lo venga». Nos bajamos del coche. A mi me dieron ganas de apoyar las manos en el capó cual cacheo común. «¿Qué haces? Vamos primero a abrir el maletero». Click, el maletero abierto. Sólo debíamos abrir más para ver la cara de aquel hombre asustado o no. Abrimos con un empujón seco. No había nadie. Un móvil solitario, más asustado que nosotros. Nos atrevimos incluso a descolgarlo: «¿Si?»
Al operario del taller se le había caído su móvil dentro del coche mientras lo reparaba. Lo que no sabe es que a parte de su móvil había perdido la oportunidad de vivir dentro de una película de gánsters.
Anónimo says
Sigo pensando que en el maletero había alguien, y con el "botoncito" en algún semáforo en rojo, el tipo salió y se olvidó el móvil.
Anónimo says
Oiga, srta. Montesinos, soy el del taller.
Es que usted nunca se ha dejado el movil en algun sitio?
Vamos, hombre, no hay que hacer tanto escarnio de nada…que todos somos humanos…..